Mental Chat. Esquizofrenia, Ficción o Realidad (Ediciones MeM, 2016), revela las circunstancias de su autor, Amarú Maraval (Argentina, 1984), que piensa que contar su experiencia será útil para entender a enfermos como él y contribuir a erradicar su estigmatización social. Lo ha presentado acompañado por los miembros de la Red de Salud Mental de Bizkaia Enrique Pinilla Tubet y Luis Pacheco Yáñez. A él el diagnóstico le llegó hace cinco años, esquizofrenia paranoide, y desde entonces el escritor asegura no ha dejado de aprender. Desde la toma de conciencia de la situación hasta aprender a convivir con ella.

En el libro, Maraval recoge sus recuerdos, sus experiencias y sus reflexiones. Porque algo que le ha quedado muy claro en estos cinco años es que, desde fuera, es muy difícil «entender qué le está pasando a una persona» con esquizofrenia y llegar a comprender «el sufrimiento que está sintiendo sólo por lo que pasa por su cabeza». Con su libro, por tanto, quiere servir de ayuda a los familiares de quienes, como él, están viviendo la enfermedad. «La familia no sabe muy bien cómo es esa experiencia, qué se está formando en su cabeza y la gravedad de lo que está sintiendo», explica Maraval, quien ha experimentado en primera persona hasta qué punto llega a ser difícil «discernir la realidad común de la imaginaria».

Es uno de los aspectos que resalta en las reflexiones finales que cierran el libro, hasta qué punto la memoria puede llegar a distorsionar los recuerdos e incluso a generarlos, creando «muchas situaciones confusas». «Recuerdo las cosas y la sensación que tengo es de algo que he vivido, y claro, te lo crees; si recuerdas algo, ¿cómo no te lo vas a creer, sin haber tenido una experiencia anterior y sin saber que te puede suceder eso?», relata. También habla de pensamientos muy personales, como la impresión de poder comunicarse con la mente o de ser capaz de enviar mensajes a través del tiempo. «Cada uno tiene su trama, su historia, su película… y ésta es la mía, parte de lo que me ha separado de la realidad común», explica.

Porque sabe bien que la esquizofrenia sigue siendo algo de lo que «no se habla mucho», que permanece «como oculto» y dejado de lado en la sociedad. Y también es muy consciente de que las enfermedades mentales en general son grandes desconocidas. «Yo mismo, cuando un compañero de trabajo tomaba la baja por depresión, por ejemplo, no lo entendía», recuerda. En el libro habla de lo que él ha aprendido en este tiempo. De la importancia del apoyo familiar y de los amigos. También de la terapia, de alguien que sirva de guía y que aporte soluciones e indicaciones en los momentos en que resulta difícil encontrarlas por uno mismo. Entre sus planes está estudiar Psicología, aunque hasta ahora lo ha retrasado por cómo pudiera afectarle. Pero siente que quizás la propia experiencia podría ayudarle a empatizar con otras personas que viven lo mismo.

«Tener constancia de lo que pasa mejora el pronóstico y el tratamiento», aseguran los médicos. Una idea en la que insisten Enrique Pinilla, biólogo, y Luis Pacheco, psiquiatra, ambos jefes de servicio de la Red de Salud Mental en Bizkaia de Osakidetza [Servicio vasco de Salud] que han conocido y tratado esporádicamente a Maraval. Mientras Pacheco valora su iniciativa como «algo excepcional», Pinilla cita a Camus para señalar que «lo importante no es curarse sino ser capaz de vivir con las propias dolencias».  El psiquiatra de Osakidetza alerta contra la estigmatización social de las patologías mentales: «Hace trescientos años se consideraba que los epilépticos estaban poseídos por los demonios y se les quemaba en la hoguera, pero la sociedad ahora es capaz de entender que la epilepsia es una enfermedad cerebral y que no es un inconveniente para tener una casa, una familia y un trabajo, algo que está muy lejos de aceptarse en los pacientes con esquizofrenia».

Ambos psiquiatras coinciden también en la importancia que la medicación tiene en el comportamiento de los enfermos. Maraval la acepta sin resistirse: «Yo era reacio a medicarme, pero por qué no hacerlo si estás sufriendo, igual que se toma una aspirina el que le duele la cabeza o va al médico el que tiene fiebre. Es muy recomendable siempre que no te deje sedado por completo, porque entonces te inutiliza». Esta reflexión le ayuda en la gestión de su enfermedad, que evoluciona bajo control desde que ha adquirido «un grado de conciencia» y se sitúa en el papel de «observador», capaz de relegar sus voces a «un sonido de fondo», como si procedieran «de la televisión», concluye.